Y volver a las andadas, a cuando todo me daba igual y lo único que me importaba era que nada me importase, a esos días en los que nadie conseguía borrarme la sonrisa de la cara y salía a la calle con mis tacones más altos, y bailaba hasta que me temblaban las piernas, y no pensaba en nada, no sentía nada que no fuese algo parecido a la felicidad, libre. Mejor que el éxtasis o la heroína, que un buen polvo o un desayuno en la cama. Miraba hacia delante sin miedo, sin preocuparme por nada ni nadie. Esa solía ser yo.