He perdonado, he odiado, he olvidado, he amado y besado a quien no debía y a quien sí lo merecía, he bebido, he fumado, he corrido delante y detrás del peligro, he sonreído y llorado, he mentido y he sido fiel, he cantado y bailado desde que salió el sol hasta que se escondió, he pasado hambre y he comido como una cerda, me he enamorado y desenamorado, he viajado, he creído y he sido atea, he abrazado y golpeado, he discutido y he gritado, he perdido a unos cuantos por el camino y me he encontrado a otros tantos, me he cortado y tintado el pelo, he aprendido y he quemado mis lecciones, me he caído y me he levantado hasta que he perdido la cuenta de mis caídas, me he arrepentido, he saltado precipicios, me he cambiado de bando, he creído que iba a morir ahogada por mis lágrimas o por la presión sobre mi diafragma de un ataque de risa, me he comprometido y he roto promesas, he opinado y he levantado mi puño pidiendo libertad, me he comportado como una niña de parvulario, como una adolescente irresponsable y caradura, como una veinteañera alocada, una treintañera que no quiere crecer, una cuarentona amargada, una cincuentona menopáusica y como una anciana en un día navideño con sus nietos, he observado a los demás, he disfrutado cada paso, he tenido miedo del futuro, he saboreado cada minuto y he aprendido a vivir, y lo sigo haciendo. ¿Quién eres tú para creerte superior? ¿Quién eres tú para decir que no sé absolutamente nada de la vida?