miércoles, 2 de marzo de 2011

Me encantaba su sonrisa descarada y traviesa, su risa, su manera de provocarme, su saludo y su despedida, sus manos marcadas y fuertes, su nobleza, sus ojos verdes profundos, sus palabras sinceras.
Me enloquecía cuando se tocaba el pelo alborotado o apartaba su mirada de la mía enrojecido, me enloquecía cuando me tocaba, cuando me demostraba su cariño, cuando puso un beso de sus labios en los míos con un solo dedo. Y sí, me enloquecía cuando me hacía reconocer que me enloquecía.
Me enloquecía ÉL y sólo ÉL, hasta que enloquecí por completo.