jueves, 3 de febrero de 2011

Y así fue como comencé a desintoxicarme de tí. El tiempo se iba llevando la necesidad de rozarte mientras que yo dedicaba las tardes de domingo a empaquetar delicadamente los recuerdos con papel de burbujas para enviarlos el lunes al rincón más remoto del planeta, pero el cartero llamaba cada martes a mi puerta con el paquete en las manos. Entonces acepté que jamás desaparecería una parte de mi vida y que tendría que aprender a vivir con mis victorias y mis derrotas, contigo o sin tí. Así que decidí esconder el paquete debajo de mi cama, hasta hoy.
Tengo que reconocer que de vez en cuando le echo una ojeada y recuerdo aquella época en la que las lágrimas se convertían en sonrisas y las sonrisas en lágrimas, y sufríamos, pero éramos felices luchando por lo nuestro. Y fue cuando comencé a fijarme en otros ojos.
Tendré que reconocer que el tiempo cura las heridas, y sin embargo, nosotros mismos las abrimos una y otra vez para evitar que nuestros recuerdos caigan en el olvido, sin que nos importe sufrir por ello, intentando negar, queramos o no, que esa historia ya terminó, que no hay vuelta atrás y que ahora empieza el prólogo de una nueva historia de tu vida.