viernes, 3 de agosto de 2012

Yo tu yonki, tú mi dosis.

Eras una adicción, droga, eras heroína. Empezó como todo, dijimos que sólo sería una vez, por probar, ya sabes, matar la curiosidad. Y sin saberlo me convertí en una jodida yonki. Necesitaba su dosis diaria. Quise dejarlo ir, pasaba de estar en lo más alto a tocar fondo, sabía que me hacía daño, que es algo que te come por dentro, que duele y consuela a la vez, que te mata, pero ¿cómo iba a resistirme si era lo único que quería? No importaba. Decidía dejarlo una y otra vez pero la tentación suele ser más fuerte que yo, volvía y me arrastraba otra vez. Y así seguí consumiéndome poco a poco, hasta que llega un día, el día, en el que piensas que lo mejor es vivir para ti, te toca ser más valiente que nunca y rompes con todo lo que tiene que ver con él. Y llegó lo más difícil, dejarlo ir.


Ahí es cuando comienza lo más difícil, síndrome de abstinencia lo llaman. La primera semana es la peor, sólo piensas en él, quieres olvidarlo todo y volver atrás. Las siguientes la cosa mejora, y mucho. A veces dudas pero no te puedes permitir dar un paso atrás, otras hasta te ríes de sus fotos.
Y al final, mucho antes de lo que creías, lo peor ya ha pasado. Vuelves a ser la de antes, sonríes como nunca, tranquila, sin preocupaciones. Feliz. Por fin.
Pero aún no ha acabado. Cuando todo vuelva a su sitio y ni siquiera te duela recordar, aparecerá justo delante de ti, provocándote para caer de nuevo, como sólo él sabe hacerlo. Será tu mayor reto. Si eres capaz de sentir sincera indiferencia siéntete orgullosa. Si lo único que quieres es volver a caer, ármate de valor y vuelve a empezar.